Si no fuese por mirarte por el momento no tendría cinco sentidos; uy, uy, golerte y tocarte y me agrada, me afirma en el oído * «No me levanto ni me acuesto día que maligno cien ocasiones no haya sido» * no me entretengo, estoy en pelea entodavia, el día de hoy voy ganando, ayer perdí Me obsequio una herida, cierra a la noche, abre de día; – no padezcas Prometeo – me afirma siempre y cuando la veo Me revolco por el suelo y me revienta la poronga de meditar en ti: me desangre y riego tu jardín Ronca de madrugada y jamás me afirma no, ¡que a nada! Yo la miro desde lejos, no me masturbo que hago estruendos * «No me levanto ni me acuesto día que maligno cien ocasiones no haya sido» * no me entretengo, estoy en pelea por todo lo prominente, el día de hoy voy ganando, ayer perdí Tras la ventana te quedaste con las ganas, Besos de contrabando y en el final como una alfombra Me revolco por el suelo y me revienta la poronga De meditar en ti: me desangro y riego tu jardín
* 2 versos de Miguel Hernandez
Extremoduro contra el sistema
«No deseo ser como tú» , se lee en la remera de manga extendida que abriga el escuálido torso de Roberto Iniesta. Robe se ha forrado de ropa para aguantar este triste y lluvioso día madrileño. Prácticamente esconde por una gorra con orejeras se asoma su cara, que semeja ser arada por una legión de tractores. Su mirada es en ocasiones desconfiada, y otras, taladro. Los pelos de la barba se pelean por brotar en la piel embrutecida de su rostro, y su dentadura está en estado de semiruina. Como es natural, Robe consiguió no ser como tú, salvo que tú vistas de okupa y hayas subsistido a múltiples quinquenios poniéndote y sacándote.
«El pasado día cogí un taxi en Granada», enseña mientras que nos dirigimos a un bar del vecindario de Chueca, «y el conductor me preguntó si tenía dinero para pagarlo. Y que si no se lo enseñaba, no me llevaba. ¡El muy cabrón!». Indudablemente a ese simpático taxista le engañaron las apariencias. Quien se se encontraba montando en el vehículo no era un yonquio o una tirada, sino más bien el cuerpo y el espíritu del último enorme fenómeno del rock español: Extremoduro. No es solo que haya vendido 75.000 ejemplares del último disco, Agila. Tampoco que sus recitales en pabellones y plazas de toda España se llenen hasta la bandera. No que cientos de chavales se sepan sus poéticas y brutales letras mejor que el padrenuestro, y que las coreen de principio a fin en bares y recitales. Lo realmente fenomenal es que el conjunto haya llegado donde está sin sonar en las considerables radios ni mostrar palmito en la tele o la prensa, que hasta recientemente le consideraban una banda de y para quinquis. «Estoy algo asombrado con todo lo mencionado», reconoce Robe. «Pienso que de a poco se nos ha perdido ese temor de «mi madre, Extremoduro, qué va a pasar en los recitales, algo muy malo». La multitud se dió cuenta de que no matamos a absolutamente nadie.» Si bien mucho más de uno se cambiaría de acera si se encontrase con Robe en una calle solitaria, la verdad es que es un tipo bastante amable, no muy efusivo y suficientemente sincero para soltarte un fresco en el momento en que te olvides: «Nosotros, los cronistas, están todos preparados para la tontería y la payasadita, para aquello de qué color disfrutas mucho más. Pero en el momento en que deseamos que se publiquen los recitales, debemos abonar.»